viernes, 27 de enero de 2012

Ver sin visionar


Nacemos con los ojos cerrados guíados por sonidos , temperatura, olor y tacto.
Y nuestros ojos crecen, se van abriendo y destacan en nuestro rostro mientras es infantil, mostrando la necesidad y la avidez de recoger imágenes.
Nuestra imperfecta visión va captando un sinfín de formas, detalles, colores, movimientos...
estampas de paisajes, de amores y tristezas.
Ven pero no saben, ven y no analizan...ven.
Va creciendo la altura y los ojos se van volviendo más pequeños en el rostro, las cejas ocultan parte de la mirada. Disfrazamos el brillo con colores. Con el tiempo la ventana de nuestro objetivo se volverá tránslúcida como impidiendo que sigamos viendo, como diciendo ya lo has visto todo.
Vemos tanto durante tanto tiempo y sin embargo no actúamos con la suficiente madurez ante las repetidas imágenes de peligro, de deseo desmedido, de reflejo de lo erróneo o de lo acertado.
Nuestros ojos ven pero no alcanzamos a tener un sentido visionario en la edad adulta. Aquel sentido que nos daría prevención para guiarnos por mejores caminos, para alcanzar las metas...
¿Cómo puede ser que viendo tanto y tan claro cometamos tantos errores?
Nos encanta ver pero nuestras decisiones no siempre atienden lo que los sentidos muestran.
Quizás estan confusos en un mundo lleno de imágenes en la que se contrapone lo real con los reflejos o recuerdos a través de pantallas, fotografías, historias enteras o parciales que añaden y amontonan experiencias.
Nuestro cerebro las pone en orden, pero luego escoge. No siempre escogemos lo mejor para nosotros.
Y seguimos viendo cada instante.