Algo tan voluble y personalizado como es el aroma de unas manos merecía un capítulo y medio. Las manos siempre huelen. Huelen a la persona, a la vida que lleva, al jabón que usa, a lo que ha tocado y no ha tocado, a lo que ha hecho y no ha hecho.
Cada día tengo cerca de mí algunas decenas de manos. Són manos jóvenes, la mayoría, y cada una de ellas ya trasmite su corta historia y sus experièncias durante el día. El roce, el contacto cercano me permite saberlo.
Las otras manos són como las mías- no son tan próximas- pero en el saludo, en el adiós, en el cómo te ha ido, en el cómo estás te transmiten ese leve o intenso perfume.
Asociamos el olor de una crema, de los lapices o la pintura, del perfume personal, del cuero del bolso, del almuerzo, del café,... las manos lo tocan todo.
Nos tocan por la espalda y por el aroma sabemos quien ha sido.
Los aromas nos definen en todo.
El aroma de las manos hace que nos acerquemos a ellas o nos alejemos.
Manos de recuerdo son las de mi abuela: olían a unos guisos que repetía con frecuencia.
Manos de mi madre: A una crema de manos concreta.
Manos de mi marido: A jabones agresivos.
Manos de mis hijos: A miles de aromas- se las lavan lo justo y dan más pistas de lo que hacen.
Manos de mis alumnos: a tierra, a lápiz, al almuerzo, a las lágrimas cuando las hay, al material de un juguete......
Manos y manos. Aquellos que no ven tienen mucha información a través de las manos, aún sin tocarlas.